
A menudo suceden estas cosas, este ir y venir de la noche al día y del día a la noche en busca de pruebas, este salto arriesgado y necesario de lo propio a lo ajeno y de lo ajeno, una vez más, a lo propio. Estamos buscando algo, no cabe duda; en determinadas ocasiones bien definido, muy concreto; otras, en cambio, de una manera menos clara, más confusos, esperando que lo inesperado se nos muestre, que lo anhelado al fin se ilumine.
Jerome Bruner, por ejemplo, explica su experiencia de ida y vuelta en los siguientes términos: "Hace más de veinte años escribe
Bruner en
Realidad mental y mundos posibles-, cuando me encontraba ocupado investigando el carácter de lo psicológico y el desarrollo del pensamiento, tuve una de esas crisis leves tan endémicas entre los estudiosos de la mente. Lo apolíneo y lo dionisiaco, lo lógico y lo intuitivo, estaban en lucha.(
) Además leía novelas, iba al cine, me dejaba atrapar por el conjuro de Camus, Conrad, Robbe-Grillet, Sartre, Burgess, Berman, Joyce, Antonioni." Al menos, tanto ir y venir de un lado a otro del conocimiento acaba teniendo su justa recompensa: después de la crisis, del temido encontronazo, sobreviene a veces el producto de la crisis; en el caso de
Bruner las "dos modalidades de pensamiento" de las que hablábamos
aquí hace bien poco. El tráfico incesante de un lugar a otro tiene, en cambio, en algunas ocasiones, un marcado aire de desencanto. En el caso de
Houellebecq la investigación se ha tornado balanza en desnivel o ciertamente descompensada, por lo que parece que Michel no ha buscado bien o lo que parece mucho más grave- desde un principio no ha entendido nada: "Me ha costado mucho admitirlo comenta en una entrevista reciente en
Le Monde-, pero la filosofía tiene mucho de literatura, y quien dice la verdad no es la literatura. Sólo la ciencia dice la verdad. Y su verdad se impone.(...) Es una pena. Lo siento también por
Schopenhauer, a quien admiro, pero es la ciencia quien dice la verdad. Punto." A pesar del gesto sorprendido de la entrevistadora, y a pesar de todos nuestros gestos de sorpresa, Houellebecq no parece dispuesto a esforzarse lo más mínimo: "el arte, en mi opinión concluye- no alcanza la verdad". Y claro, dan ganas de remitirle al francés un telegrama urgente aclarándole, como bien aclara
José Ángel García Landa desde su
blog, que un análisis químico riguroso de un ejemplar del Quijote no "explica" el Quijote, del mismo modo en que, como bien
indica Jaime Nubiola en
Perspectivas actuales en la filosofía de lo mental, la pretensión de comprender la consciencia, la subjetividad o la inteligencia humana mediante el estudio físico de las neuronas cerebrales y sus conexiones podría asemejarse al intento de averiguar qué es una tarjeta de crédito mediante su concienzudo análisis al microscopio electrónico". Ciencia y arte, o arte y ciencia si lo prefieren, son dos caras de una misma moneda: mundos como los mundos mismos y los universos hechos de mundos, construidos de múltiples maneras. La verdad, por tanto (o la bola de lana que desmadeja con muy malas pulgas un gato asilvestrado), puede estar, indistintamente, en cualquiera de esos mundos, porque a veces olvidamos como se encarga de recordarnos oportunamente
Nelson Goodman-, que en ocasiones encontramos sólo aquello que estamos dispuestos a encontrar (lo que buscamos o aquello que afrenta fuertemente nuestras expectativas) y que probablemente somos ciegos a aquellas otras cosas que ni nos ayudan ni obstaculizan nuestros propósitos. Abandonar por unas horas a
Proust para centrarnos con todas nuestras fuerzas en
Albert Einstein puede ser tan productivo como dejar de lado por un momento el laboratorio para dedicarnos en cuerpo y alma a nuestra incipiente colección de arte. Esto hace a menudo
Jean-Pierre Changeux, neurobiólogo y coleccionista de arte, atrapado también en el carrusel interminable de las idas y venidas; leyendo sus comentarios en
Razón y Placer (¿acaso estará entre las lecturas de Houellebecq, me pregunto?) uno acaba entendiendo lo fructífero y aconsejable de ciertos trabases. Escribe Changeux: "las filosofías orientales dan mucha mayor importancia a la sabiduría, a la tranquilidad, a la conciliación, al bien vivir que los sistemas de pensamiento occidentales. En el siglo IV antes de nuestra era,
Meng-Tsu aboga por un gobierno de la benevolencia.
Confucio recomienda la música como fundamento de la civilización. Instrumento de comunicación subjetiva, el arte, y en especial las artes plásticas, posee, como una especie de ritual, el poder de reunir, de congregar, de reconciliar más allá de cualquier creencia o ideología. El arte explota las predisposiciones de nuestro cerebro para crear 'relaciones' entre razón y placer, para armonizar, como escribía
Schiller, 'las leyes de la razón con los intereses de los sentidos'." Si Changuex nos ayuda en la comprensión del arte, qué es la ciencia, en sus manos, acaba resultando una experiencia inolvidable.
Valery, en la inmensidad de lo desconocido, dibuja en su libro la figura donde ciencia y arte "son indiscernibles en el proceso de observación y de la mediación para separarse en la expresión, para acercarse en la disposición, para dividirse definitivamente en los resultados", mientras
Diderot nos recuerda que la vocación primera de la ciencia es la de "esclarecer", luchar contra la ignorancia y la intolerancia, y
DAlembert utiliza una frase de
Francis Bacon en el discurso preliminar de la
Enciclopedia ("esto es lo poco que me habéis enseñado, esto lo que os falta por buscar") para recordar la imprescindible humildad de unos y de otros. Si en el proceso de investigación el literato
Houellebecq ha sido atacado por un terrible ataque de duda, el científico, afortunadamente, no parece tener ninguna: el patrimonio artístico su enriquecimiento, su conservación- adquiere, gracias a la potencia de unificación del arte, una dimensión nueva: la de una memoria que se convierte en punto de referencia, en factor de progreso y de creación. Mi propio gesto obstinado repite a su vez, una y otra vez, el mismo recorrido: el viaje que me lleva de un lado a otro del espejo, de una cara a la otra cara de la misma moneda, de la noche al día, del día a la noche, y viceversa. Otra cosa bien distinta es delimitar qué espero o qué busco yo en cada uno de estos viajes, si confío en encontrar al gato salvaje que desmadeja sin piedad la bola de lana o si, por el contrario, estoy convencido de que los conceptos absolutos resultan aquí, en la investigación, absolutamente innecesarios. Como ya he explicado, en determinadas ocasiones lo buscado aparece bien definido, muy concreto; otras, en cambio, de una manera menos clara, más confuso, confiando en que lo inesperado se muestre, que lo anhelado al fin se ilumine. No obstante, una invariable tenaz parece sugerir con frecuencia un mismo estilo de trabajo, un claro deseo (¿alguien recuerda los signos de interrogación hincados en el centro de la polémica?) que se repite obstinado como un retorno cronológico, un ciclo de mareas o un resultado lógico. En
El juego de las preguntas, Peter Handke moviliza a siete peregrinos en un viaje iniciático al país sonoro, en una búsqueda espiritual guiada bajo un preciso designio: "no es para que nos contesten a una pregunta escribe Handke- por lo que nos hemos puesto en camino, sino para que, en el silencio del lugar de los antiguos oráculos, cada uno descubra cuál es su pregunta?" ¿Estarán, por tanto, las puertas abiertas, al final del camino, o continuarán obstinadamente cerradas? ¿Conseguirá el gato salvaje hincar sus uñas afiladas en la piedra o bola del mundo? ¿Es esta mi pregunta definitiva o todavía quedan, al final del camino, gatos asilvestrados y preguntas?
1 comentario
Cristina -
Y me han prestado las Partículas, así que me pondré a ello so bald wie möglich.
Beijos na testa